¡Criar y más criar! ¡Jesús, qué empacho!



     De forma algo simplista, la literatura del siglo XIX explicaba la existencia de nodrizas por la vanidad, el egoísmo y la falta de sentimientos maternales de las madres. A las mujeres que encomendaban a una extraña el cuidado de sus hijos no las movía sino el deseo de librarse de las incomodidades que impone la maternidad, y el deseo de entregarse en cuerpo y alma a los placeres de la vida, acudiendo a bailes y teatros, y exhibir unos pechos hermosos, no deformados por la lactancia del recién nacido.



"¿Qué se diría si una dama del gran mundo se presentara en una reunión (...)
seguida de la niñera, portadora de la criatura y, a lo mejor, cuando un gran
señor le estuviera enardeciendo la belleza de su rostro y el encanto de sus
ojos, exclamara: "Con permiso de usted, voy a dar de mamar a mi hijo"?
¿Quién habría de visitar en su palco a la marquesita tal o cual, sabiendo que
esta se dedicaba en los entreactos a satisfacer el apetito de su hijo, para que este
no comenzara a llorar estrepitosamente durante la representación?"


Pero la vanidad no puede ser la única causa que explique que mujeres de todas las épocas y condiciones hayan renunciado a su deber maternal. La explicación se halla en una combinación de factores de distinto tipo.

Aunque los médicos insistían una y otra vez en la conveniencia, tanto para el buen desarrollo del bebé como para la salud física y emocional de la madre, de que dieran el pecho a sus hijos, reconocían también la existencia de un cierto número de excepciones a esta obligación. 
Era el caso de las mujeres que padecían alguna enfermedad que pudieran transmitir a sus hijos, tenían poca leche o presentaban alguna deformación en los pezones.



Seguramente hubo madres que tomaron la decisión de recurrir a nodrizas al conocer la pormenorizada descripción que algunos médicos hacían de los problemas para su salud y de las enfermedades que podían contraer si criaban a sus hijos. Una de las zonas más sensibles eran los pechos, que, como consecuencia de las succiones del bebé, podían sufrir grietas, llagas y úlceras, por lo que no es de extrañar que vieran con pánico el momento de darle el pecho: "En el momento en que coge el pezón, (la madre) normalmente lanza un grito, y continúa gimiendo durante algunos minutos. En la mayoría de los casos la sensación es menos viva después de algunos instantes, pero se renueva con una espantosa angustia cada vez que el niño, después de haber descansado, empieza a chupar de nuevo, y, sobre todo, cuando, después de haber abandonado el pezón, lo coge con avidez. Los dolores son a veces tan intolerables que se ve a estas desgraciadas morder la sábana para no gritar; otras se retuercen y llegan incluso a tener movimientos convulsivos."
Incluso se daban casos en que los bebés succionaban con tal fuerza que llegaban incluso a arrancar el pezón: "Se han visto también niños, desprovistos aún de dientes, que, impacientes por la lentitud con que sale la leche en algunas nodrizas, aprietan fuertemente el pezón entre las encías, lo maceran, lo escorian y, finalmente, lo arrancan."





Era opinión casi general que las relaciones sexuales eran incompatibles con el amamantamiento, ya que estropeaba la leche materna. La propia Iglesia argumentaba en el mismo sentido: "Una mujer que conoce por experiencia que, cumpliendo con su deber en ese momento, su leche se corrompe y se vuelve muy dañina para el niño, o que no se produce en la cantidad suficiente para alimentarlo, puede negarse a su marido sin por ello pecar, y él tampoco puede pedírselo sin incurrir en pecado." 
Teniendo en cuenta que los médicos desaconsejaban el destete antes de los dieciocho meses, la abstinencia sexual debía prolongarse cerca de dos años; sacrificio que muy pocos maridos estaban dispuestos a aceptar. 
La solución era, pues, contratar los servicios de una nodriza y poder seguir disfrutando de los placeres del matrimonio.





Uno de los rasgos más característicos de la demografía tradicional era la elevadísima mortalidad infantil, de modo que uno de cada tres o cuatro niños moría antes de cumplir su primer año de vida. Semejante catástrofe obligaba a las mujeres a parir más a menudo para garantizar la perpetuación de la familia o, en el caso de las clases más elevadas de la sociedad, de su linaje.

En los primeros meses la lactancia actúa como un anticonceptivo natural, de modo que poner los hijos al pecho reducía las posibilidades de la madre de quedar de nuevo embarazada. Si las mujeres entregaban sus hijos a una nodriza nada más nacer, podían quedar embarazadas pocos meses después del parto. 
De esta manera, las nodrizas servían para garantizar la capacidad reproductiva de las mujeres de clase media y alta.





Pero por encima de todas estas razones, posiblemente la causa principal que provocó la existencia de la industria de nodrizas haya sido la muerte de la madre, bien durante el parto o pocos meses después. Hallamos un buen ejemplo de ello en la novela de Miguel Delibes, "El hereje". Tras asistir al parto,


"... el doctor Almenara auscultó pacientemente a doña Catalina, colocó la
mano del anillo sobre el pecho izquierdo de la enferma, se volvió hacia don
Bernardo y sus hermanas, que se habían presentado en su casa inopinadamente,
y pronunció otra de sus frases lapidarias:
- La parturienta padece calenturas. Habrá que buscar una nodriza (...)"
Al día siguiente, la enferma empeoró, hasta el extremo de que se llamó a un sacerdote
para darle la última unción. "Y, en el momento en que el sacerdote iniciaba las
preces, la barbilla de doña Catalina se desplomó sobre el pecho y quedó inmóvil,
con la boca abierta. El doctor se adelantó hasta ella, le tomó el pulso y puso la
mano de la esmeralda sobre el corazón. Se volvió a los asistentes:
- Ha muerto- dijo."


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